LA
ABUNDANCIA COMO OBJETIVO
Texto de Miguel Grinberg
a Michael McCoy (Center for Citizen
Advocacy)
y Anil Agarwal (Center for Science and Environment),
in memoriam
“Al
mismo tiempo, estamos progresando o estamos deteriorándonos. En esta vida no existe
algo así como permanecer inmóviles… Todo el Ímpetu y el dinamismo del hombre emanan
de su fe en cosas que no se ven. Quien cree es fuerte; quien duda es débil. Las
convicciones potentes preceden a las grandes acciones. El hombre intensamente
imbuido de una idea es el maestro de todos los que son dubitativos o
fluctuantes. Las convicciones claras, profundas y vitales rigen al mundo… Un
político piensa en la siguiente elección. El estadista, en la próxima
generación.”
James Freeman Clarke, teólogo estadounidense
(1810-1888)
Alrededor de diez mil psicópatas, en sintonía
permanente con el antiguo cerebro reptiliano del hombre, rigen los destinos de
nuestra especie en la Tierra y tienen como rehenes a 6.500 millones de seres
humanos. Esos diez mil maníacos constituyen una tribu demencial –fervorosa y
obsesiva– que cuenta con varios miles de adeptos que instrumentan sus perversos
designios. En 2006, por ejemplo, gastaron 1.200.000.000.000 millones de dólares
de armamentos en todo este planeta.
Algunos científicos sostienen que en el curso de la evolución biológica de nuestra
especie, a través de siglos, fuimos acumulando tres cerebros superpuestos: el
reptiliano, el mamífero y el humano. El primero suele llamarse complejo reptílico o complejo R; el segundo, que lo envuelve,
sistema límbico; en tanto el resto
del cerebro circundante es denominado neo-cortex.
Este último, “es sin duda la incorporación
evolutiva más moderna”, sostiene Paul McLean, director del laboratorio de
evolución cerebral y conducta del Instituto Nacional de Salud Pública en EEUU.
Este neurobiólogo ha demostrado “que el
complejo R desempeña un papel importante en la conducta agresiva, la
territorialidad, los actos rituales y el establecimiento de jerarquías
sociales”.[1] El hombre transita actualmente una etapa de
imposición del neo-cortex sobre el límbico y el complejo R, aún cuando todavía
hay casos de lucha del segundo nombrado sobre el tercero, lo cual induce
conductas masificadas. Todo lo expuesto originaría que distintas personas tengan
reacciones distintas ante los mismos hechos según el grado de su propia
evolución, que se mediría por su resistencia o la sumisión a “ceder a los impulsos emanados del cerebro
del reptil” [2], o su tendencia a comportarse como parte de una manada. McLean ha dicho que
cuando nos acostamos a dormir, a cada lado de nosotros hay un dinosaurio y un
caballo. Si alguno de ellos nos domina, podemos actuar como parte de una jauría
o de un manso rebaño.
Abunda hoy la literatura que se refiere al
impulso holista (integrativo) de una
cantidad considerable de hombres y mujeres que durante la últimas décadas
vienen consolidando una “visión del mundo” aplicada expandir socialmente las
mejores intuiciones del neo-cortex humano. Se trata de una expansiva vastedad
de títulos donde la superación de los instintos homicidas podría parangonarse
con la gran epopeya evolutiva representada por la superación de prácticas
reptilianas como el canibalismo, u otras tendencias conflictivas como el
incesto, o tendencias todavía trágicamente vigentes como el racismo o el
prejuicio religioso. Es tan trascendental este acervo de trabajos sociológicos
y psicológicos, que el investigador estadounidense Ken Wilber, desde su
Instituto Integral induce la compilación de una "Enciclopedia de la Transformación Humana",
revisión completa de la literatura de todas las formas conocidas de
transformación para los seres humanos. Que de modo gradual para las estructuras
retrógradas del globo, van configurando redes expansivas que se aplican a
sentar las bases de una realidad totalmente ajena a las criminalidades de un
mundo reptílico en descomposición.
Por eso damos la bienvenida a este libro de Lucio
Capalbo y Haleh Maniei, donde leemos que “este
liderazgo sin líderes es, en definitiva, un liderazgo comunitario, orientado a
la emergencia del ser organizacional, esa entidad sutil que es, desde una
perspectiva sistémica u holística, más que la suma de las partes constitutivas.
Y es en aras de ese ser organizacional que las personas sacrifican su ego, y se
brindan con confianza, devoción y desprendimiento a una causa que,
paradójicamente no hacen suya, por inscribirse en el vasto programa evolutivo
de la humanidad.”
Este universo mancomunado en expansión,
identificado provisionalmente como “Organizaciones Comunitarias, contiene
embriones de un futuro sin precedentes en nuestra historia. En gran medida, uno
de los antecedentes más expresivos de esta corriente fue la Conferencia Mundial
de ONGs realizada en París en diciembre de 1991. Convocó a mil representantes
de 862 grupos de ciudadanos vinculados a la problemática ambiental y a la
ecología social. Uno de sus objetivos fue establecer una estrategia común para
influir el desarrollo de la Cumbre por la Tierra que se efectuó en junio de
1992 en Río de Janeiro. Aunque el desafío mas importante de aquel encuentro
no-gubernamental fue establecer pautas comunes para fortalecer a la sociedad
civil “con la esperanza de transformar paulatinamente los modos de gestión de las sociedades
humanas y la forma en que toman las decisiones sobre cuestiones que afectan el
bienestar universal.”
Entre otras resoluciones y documentos
aprobados en París, el más significativo fue el llamado Programa Ya Wananchi,
que en el idioma africano swahili
significa “Hijos e hijas de la tierra”. Cuyos postulados básicos estaban (y
son) enfocados en un compromiso generacional para frenar el despliegue de un
modelo financiero cuyos resultados son la opresión política, la explotación
económica y el deterioro ambiental. El significado profundo de aquellas
propuestas –que quince años después son encarnados por decenas de miles de
personas en innumerables latitudes– consiste en el implícito reconocimiento de
que es la forma de producir, de consumir, de habitar, de aprender, de
vincularse con el prójimo y con la naturaleza, y de organizar la entera vida
social, la que persistentemente arrebata a los individuos los productos de su
trabajo, a los pueblos de sus culturas tradicionales, a los ciudadanos de su
poder de decisión acerca de los asuntos cotidianos y la humanidad entera de los
recursos naturales que por definición le pertenecen. Todo ello sin pasar por
alto la destrucción y el luto detonado por guerras de todo calibre que retumban
en múltiples latitudes.
Lucio señala que “a diferencia de las comunidades
arcaicas, en las que el universo coincide con sus propios límites, las nuevas
organizaciones se reconocen como miembros diversos de un mismo programa
evolucionario universal.” A su vez, Haleh nos dice: “Podría ser que estemos pasando de la etapa de la adolescencia a la
edad de la madurez. La educación, es el puntapié inicial, el primer paso en
esta etapa, para dirigirse hacia la Unidad en todas sus Diversidades, aquella que traerá consigo el equilibrio entre la
razón y la intuición y otras facultades cognitivas superiores.-- La educación
es la base del desarrollo de las potencialidades del ser humano, por la
educación se resolverán las divisiones y surgirán los procesos sinérgicos que
lo potenciarán, que pulirán el espejo para reflejar con mayor precisión la
realidad del mundo, es decir, la realidad del Hombre. Una educación basada en
valores trascendentales.”
Me permito citar el preámbulo del Programa Ya
Wananchi, que redacté a pedido del coordinador de la conferencia parisina,
Ronald Kingham, porque ya entonces vibraba en la mayoría de los participantes
un fervor que ahora encontramos diseminado por encima de las fronteras y los
matices diversos de credos y convicciones:
·
Repentinamente
es como si naciera una nueva tierra. Gentes de todo el planeta empiezan a
hacerse cargo de su propio destino, construyendo una red expansiva de
solidaridad e invención social. Sus orígenes son variados: habitantes de zonas
de tugurios en las ciudades, contribuyentes urbanos, campesinos desarraigados,
familias indígenas, activistas ambientales, profesionales disconformes,
graduados y analfabetos, mujeres potenciándose a sí mismas, adolescentes
marginados, artistas inspirados, maestros, viejos pacifistas, profetas
sonrientes, madres y padres de niños y niñas y muchos otros constructores de la
libertad humana en las postrimerías de un siglo surcado por las cicatrices del
terror totalitario.- La certeza que comparten va más allá de la revolución más
deseable y es más fuerte que cualquier conferencia en la cumbre. Su compromiso
irreversible vincula al visionario con la víctima, al fuerte con el débil, al
amante con el solitario.
·
Cada
uno de nosotros busca su lugar en esa creación colectiva. Disponemos de muchos
instrumentos. Lo único que necesitamos urgentemente es autoafirmación. Más allá
de las palabras y las sombras. Como niños que por primera vez ven un arco iris.
En nombre de una creciente celebración planetaria.
·
Compartimos
una misma crisis, la ruina del aire y del agua limpia, del suelo y de la
diversidad biológica que son requisitos de nuestra existencia común. Y
compartimos un destino común, todavía no escrito. Vinculados con nosotros en
una red de parentesco, todos los seres vivos los seres vivos son
interdependientes cuando usan, comparten, limpian y reaprovisionan los
elementos fundamentales en que la vida se apoya, pues por la propia naturaleza
de las cosas los desechos de unos han sido siempre el alimento de otros.
·
Los
dos últimos siglos han sido un período muy destructivo. Hemos contaminado el
suelo, el agua y el aire, y conducido a la extinción a muchas sociedades
humanas e incontables especies de flora y fauna silvestres. Hemos embalsado los
ríos, arrancado los antiguos bosques, envenenado la lluvia y abierto agujeros
en el cielo. La ciencia nos ha traído alegría, pero también dolor, porque la
prosperidad del mundo industrializado se ha logrado a un precio pavoroso.
·
La
ciencia nos ha enseñado que toda la creación es materia y energía interactuando
en una elegante danza vital, y que la diversidad biológica y cultural es el
fundamento de la estabilidad. En algunas ideas aquí resuena la verdad; algunas
convicciones son inherentemente ciertas; algunas visiones se originan en el
centro mismo del corazón de nuestra existencia. Así como la justicia social y
la igualdad de oportunidades –con independencia del sexo, el color o la raza–
son metas no negociables de una comunidad humana saludable, así también
determinados principios biológicos, ecológicamente fundamentados y moralmente
inspirados, han de convertirse en elementos esenciales de una nueva política de
la esperanza. Y allí donde nuestros conocimientos sean tan limitados que nos
impidan hacer una estimación razonable, deberemos errar siempre por el lado de
la prudencia. Estos preceptos deben constituir la base de nuevos sistemas de valores y convicciones en
el marco de los cuales habrán de vivir las futuras generaciones.
Los tres lustros que siguieron a aquella conferencia
de París (concebida
como “Raíces del Futuro”) fueron un ir y venir de avances espléndidos y
atascamientos insoslayables. Cientos de miles de seres humanos han sucumbido
desde entonces (aniquilados por el hambre, la metralla y la represión) como
consecuencia del accionar desenfrenado a los diez mil psicópatas ya
mencionados. Pero el impulso fertilizante de lo que Lucio enfoca como “procesos sociales inéditos de unidad en
diversidad que podrían orientar a una sociedad civil mundial que busca, aún
inconscientemente, sus propios valores espirituales” y Haleh como el “ciclo que integra la primavera, el verano, el
otoño y el invierno. A cada invierno le sucede una nueva primavera, con todo el
potencial acumulado a través de todos los esfuerzos realizados y de toda la
experiencia adquirida para dar inicio a un nuevo ciclo de vida.”
Pero siempre late una percepción
de la abundancia como objetivo. Sabemos que no siempre vivimos en el equilibrio
bucólico de la sabiduría expansiva, sino en el desequilibrio caníbal y
reduccionista de la irregularidad globalizada, de las demencias imperiales, de
la uniformización de una ignorancia prepotente. El antiguo racionalismo creía
que la razón progresa de un modo continuo y lineal. Pero en verdad lo hace
mediante mutaciones y reorganizaciones profundas: la razón es una realidad
evolutiva.
Según sostiene Edgar Morin [3], hay
siete saberes “fundamentales” que la educación del futuro deberá tratar en
cualquier sociedad y en cualquier cultura sin excepción alguna ni rechazos,
según los usos y las reglas propias de cada sociedad y de cada cultura. Además,
el saber científico sobre el cual se apoyan las actuales propuestas
transformadoras para situar (poner en foco) la condición humana no sólo es
provisional –como bien señala Lucio – sino que destapa profundos
misterios o complejidades concernientes al Universo, a la Vida , al nacimiento del Ser
Humano planetario. Aquí se abre un campo indefinible en el cual intervienen las
opciones filosóficas y las creencias espirituales a través de las tradiciones y
las civilizaciones.
Y sigue como mayor objetivo prioritario la
superación del “arte de matar” que no cesa de lacerar cruelmente a nuestra
especie como un todo. Un sabio del siglo XX, Arthur Koestler [4], sostuvo que “el
homicidio perpetrado por razones egoístas constituye una rareza estadística en
todas las culturas, incluida la nuestra. En cambio, el homicidio por razones
altruistas, con riesgo de la propia vida, se destaca como el fenómeno
predominante en la historia... Repitámoslo una vez más: la tragedia del hombre
estriba no en un exceso de agresividad, sino en una sobreabundancia de
devoción... El arma más mortífera de que dispone éste es el lenguaje. El
ser humano se muestra tan accesible al hipnotismo de las consignas como al
contagio de las enfermedades infecciosas... El individuo no es un asesino, pero
el grupo sí lo es, y al identificarse con éste, el individuo deviene asesino a
su vez. Tal es la dialéctica infernal que se trasluce de la historia humana de
guerras, persecuciones y genocidios... Enfrentado a una tarea para la que no ha
sido programado, un computador o bien queda reducido al silencio o se sale de
sus casillas. Esto último es lo que parece haber ocurrido, con reiteración
descorazonadora, en las culturas más variadas.”
Si efectivamente, como afirma Ken Wilber [5],
entre el 2 al 3 por ciento de la humanidad actual se encuentra experimentando
un estado de conciencia integral, ello involucraría a cerca de doscientos
millones de individuos, una especie de “nuevos hombres y mujeres” (o sea, un
poco más de la población de un país como Brasil). Esta multitud se hallaría dispersa por nuestro planeta, en vías de
expansión, a partir de metas preanunciadas por innumerables pensadores
visionarios, multiplicándose progresivamente sin compulsión ni
espectacularidad. Suelen ser considerados como supra-humanos, y también como Homo
universalis. Reconocen a la espiritualidad como un aspecto importante y
legítimo de la psique humana. Y saben que el subdesarrollo de los “desarrollados”
es un subdesarrollo moral, psíquico e intelectual.
Hoy, el saber humano evolutivo, en pleno
vértigo mutante, como expresión social de la conciencia planetaria, es como una
sonda sideral disparada hacia el espacio infinito: sabe desde donde partió,
pero no puede de modo alguno discernir su destino. Si es que existe. Eso es lo
que deberemos descubrir nosotros o nuestros sucesores. Porque como expresa Haleh [6], “sencillamente
somos los diversos frutos de un mismo árbol, llamado Planeta".
Buenos
Aires. Julio de 2007
[1] McLean, Paul, The Triune Brain in
Evolution: Role in Paleocerebral Functions (Kluwer, 1990).
[2]
Sagan, Carl, Los dragones del Edén (Drakontos,
2006).
[3]
Grinberg, Miguel, Edgar Morin y el
pensamiento complejo (Campo de Ideas, 2002).
[4]
Koestler, Arthur, Jano (Debate,
1981).
[5]
Grinberg, Miguel, Ken Wilber y la
psicología integral (Campo de Ideas, 2005).
[6] Capalbo,
Lucio y Maniei, Haleh, La expresión
social de la conciencia planetaria (Ciccus, 2007).
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