jueves, 6 de septiembre de 2012

Frutos de un mismo árbol


LA ABUNDANCIA COMO OBJETIVO
Texto de Miguel Grinberg


a Michael McCoy (Center for Citizen Advocacy)
y Anil Agarwal (Center for Science and Environment),
in memoriam


“Al mismo tiempo, estamos progresando o estamos deteriorándonos. En esta vida no existe algo así como permanecer inmóviles… Todo el Ímpetu y el dinamismo del hombre emanan de su fe en cosas que no se ven. Quien cree es fuerte; quien duda es débil. Las convicciones potentes preceden a las grandes acciones. El hombre intensamente imbuido de una idea es el maestro de todos los que son dubitativos o fluctuantes. Las convicciones claras, profundas y vitales rigen al mundo… Un político piensa en la siguiente elección. El estadista, en la próxima generación.”

James Freeman Clarke,
teólogo estadounidense
(1810-1888)


Alrededor de diez mil psicópatas, en sintonía permanente con el antiguo cerebro reptiliano del hombre, rigen los destinos de nuestra especie en la Tierra y tienen como rehenes a 6.500 millones de seres humanos. Esos diez mil maníacos constituyen una tribu demencial –fervorosa y obsesiva– que cuenta con varios miles de adeptos que instrumentan sus perversos designios. En 2006, por ejemplo, gastaron 1.200.000.000.000 millones de dólares de armamentos en todo este planeta.  

Algunos científicos sostienen que en el curso de la evolución biológica de nuestra especie, a través de siglos, fuimos acumulando tres cerebros superpuestos: el reptiliano, el mamífero y el humano. El primero suele llamarse complejo reptílico o complejo R; el segundo, que lo envuelve, sistema límbico; en tanto el resto del cerebro circundante es denominado neo-cortex. Este último, “es sin duda la incorporación evolutiva más moderna”, sostiene Paul McLean, director del laboratorio de evolución cerebral y conducta del Instituto Nacional de Salud Pública en EEUU. Este neurobiólogo ha demostrado “que el complejo R desempeña un papel importante en la conducta agresiva, la territorialidad, los actos rituales y el establecimiento de jerarquías sociales”.[1]   El hombre transita actualmente una etapa de imposición del neo-cortex sobre el límbico y el complejo R, aún cuando todavía hay casos de lucha del segundo nombrado sobre el tercero, lo cual induce conductas masificadas. Todo lo expuesto originaría que distintas personas tengan reacciones distintas ante los mismos hechos según el grado de su propia evolución, que se mediría por su resistencia o la sumisión a “ceder a los impulsos emanados del cerebro del reptil” [2], o su tendencia a comportarse como parte de una manada. McLean ha dicho que cuando nos acostamos a dormir, a cada lado de nosotros hay un dinosaurio y un caballo. Si alguno de ellos nos domina, podemos actuar como parte de una jauría o de un manso rebaño.
Abunda hoy la literatura que se refiere al impulso holista (integrativo) de una cantidad considerable de hombres y mujeres que durante la últimas décadas vienen consolidando una “visión del mundo” aplicada expandir socialmente las mejores intuiciones del neo-cortex humano. Se trata de una expansiva vastedad de títulos donde la superación de los instintos homicidas podría parangonarse con la gran epopeya evolutiva representada por la superación de prácticas reptilianas como el canibalismo, u otras tendencias conflictivas como el incesto, o tendencias todavía trágicamente vigentes como el racismo o el prejuicio religioso. Es tan trascendental este acervo de trabajos sociológicos y psicológicos, que el investigador estadounidense Ken Wilber, desde su Instituto Integral induce la compilación de una "Enciclopedia de la Transformación Humana", revisión completa de la literatura de todas las formas conocidas de transformación para los seres humanos. Que de modo gradual para las estructuras retrógradas del globo, van configurando redes expansivas que se aplican a sentar las bases de una realidad totalmente ajena a las criminalidades de un mundo reptílico en descomposición.
Por eso damos la bienvenida a este libro de Lucio Capalbo y Haleh Maniei, donde leemos que “este liderazgo sin líderes es, en definitiva, un liderazgo comunitario, orientado a la emergencia del ser organizacional, esa entidad sutil que es, desde una perspectiva sistémica u holística, más que la suma de las partes constitutivas. Y es en aras de ese ser organizacional que las personas sacrifican su ego, y se brindan con confianza, devoción y desprendimiento a una causa que, paradójicamente no hacen suya, por inscribirse en el vasto programa evolutivo de la humanidad.”
Este universo mancomunado en expansión, identificado provisionalmente como “Organizaciones Comunitarias, contiene embriones de un futuro sin precedentes en nuestra historia. En gran medida, uno de los antecedentes más expresivos de esta corriente fue la Conferencia Mundial de ONGs realizada en París en diciembre de 1991. Convocó a mil representantes de 862 grupos de ciudadanos vinculados a la problemática ambiental y a la ecología social. Uno de sus objetivos fue establecer una estrategia común para influir el desarrollo de la Cumbre por la Tierra que se efectuó en junio de 1992 en Río de Janeiro. Aunque el desafío mas importante de aquel encuentro no-gubernamental fue establecer pautas comunes para fortalecer a la sociedad civil “con la esperanza de transformar paulatinamente  los modos de gestión de las sociedades humanas y la forma en que toman las decisiones sobre cuestiones que afectan el bienestar universal.”
Entre otras resoluciones y documentos aprobados en París, el más significativo fue el llamado Programa Ya Wananchi, que en el idioma africano swahili significa “Hijos e hijas de la tierra”. Cuyos postulados básicos estaban (y son) enfocados en un compromiso generacional para frenar el despliegue de un modelo financiero cuyos resultados son la opresión política, la explotación económica y el deterioro ambiental. El significado profundo de aquellas propuestas –que quince años después son encarnados por decenas de miles de personas en innumerables latitudes– consiste en el implícito reconocimiento de que es la forma de producir, de consumir, de habitar, de aprender, de vincularse con el prójimo y con la naturaleza, y de organizar la entera vida social, la que persistentemente arrebata a los individuos los productos de su trabajo, a los pueblos de sus culturas tradicionales, a los ciudadanos de su poder de decisión acerca de los asuntos cotidianos y la humanidad entera de los recursos naturales que por definición le pertenecen. Todo ello sin pasar por alto la destrucción y el luto detonado por guerras de todo calibre que retumban en múltiples latitudes.
Lucio señala que “a diferencia de las comunidades arcaicas, en las que el universo coincide con sus propios límites, las nuevas organizaciones se reconocen como miembros diversos de un mismo programa evolucionario universal.” A su vez, Haleh nos dice: “Podría ser que estemos pasando de la etapa de la adolescencia a la edad de la madurez. La educación, es el puntapié inicial, el primer paso en esta etapa, para dirigirse hacia la Unidad en todas sus Diversidades, aquella que traerá consigo el equilibrio entre la razón y la intuición y otras facultades cognitivas superiores.-- La educación es la base del desarrollo de las potencialidades del ser humano, por la educación se resolverán las divisiones y surgirán los procesos sinérgicos que lo potenciarán, que pulirán el espejo para reflejar con mayor precisión la realidad del mundo, es decir, la realidad del Hombre. Una educación basada en valores trascendentales.”

Me permito citar el preámbulo del Programa Ya Wananchi, que redacté a pedido del coordinador de la conferencia parisina, Ronald Kingham, porque ya entonces vibraba en la mayoría de los participantes un fervor que ahora encontramos diseminado por encima de las fronteras y los matices diversos de credos y convicciones:
·       Repentinamente es como si naciera una nueva tierra. Gentes de todo el planeta empiezan a hacerse cargo de su propio destino, construyendo una red expansiva de solidaridad e invención social. Sus orígenes son variados: habitantes de zonas de tugurios en las ciudades, contribuyentes urbanos, campesinos desarraigados, familias indígenas, activistas ambientales, profesionales disconformes, graduados y analfabetos, mujeres potenciándose a sí mismas, adolescentes marginados, artistas inspirados, maestros, viejos pacifistas, profetas sonrientes, madres y padres de niños y niñas y muchos otros constructores de la libertad humana en las postrimerías de un siglo surcado por las cicatrices del terror totalitario.- La certeza que comparten va más allá de la revolución más deseable y es más fuerte que cualquier conferencia en la cumbre. Su compromiso irreversible vincula al visionario con la víctima, al fuerte con el débil, al amante con el solitario.
·       Cada uno de nosotros busca su lugar en esa creación colectiva. Disponemos de muchos instrumentos. Lo único que necesitamos urgentemente es autoafirmación. Más allá de las palabras y las sombras. Como niños que por primera vez ven un arco iris. En nombre de una creciente celebración planetaria.
·       Compartimos una misma crisis, la ruina del aire y del agua limpia, del suelo y de la diversidad biológica que son requisitos de nuestra existencia común. Y compartimos un destino común, todavía no escrito. Vinculados con nosotros en una red de parentesco, todos los seres vivos los seres vivos son interdependientes cuando usan, comparten, limpian y reaprovisionan los elementos fundamentales en que la vida se apoya, pues por la propia naturaleza de las cosas los desechos de unos han sido siempre el alimento de otros.
·       Los dos últimos siglos han sido un período muy destructivo. Hemos contaminado el suelo, el agua y el aire, y conducido a la extinción a muchas sociedades humanas e incontables especies de flora y fauna silvestres. Hemos embalsado los ríos, arrancado los antiguos bosques, envenenado la lluvia y abierto agujeros en el cielo. La ciencia nos ha traído alegría, pero también dolor, porque la prosperidad del mundo industrializado se ha logrado a un precio pavoroso.
·       La ciencia nos ha enseñado que toda la creación es materia y energía interactuando en una elegante danza vital, y que la diversidad biológica y cultural es el fundamento de la estabilidad. En algunas ideas aquí resuena la verdad; algunas convicciones son inherentemente ciertas; algunas visiones se originan en el centro mismo del corazón de nuestra existencia. Así como la justicia social y la igualdad de oportunidades –con independencia del sexo, el color o la raza– son metas no negociables de una comunidad humana saludable, así también determinados principios biológicos, ecológicamente fundamentados y moralmente inspirados, han de convertirse en elementos esenciales de una nueva política de la esperanza. Y allí donde nuestros conocimientos sean tan limitados que nos impidan hacer una estimación razonable, deberemos errar siempre por el lado de la prudencia. Estos preceptos deben constituir la base de  nuevos sistemas de valores y convicciones en el marco de los cuales habrán de vivir las futuras generaciones.

Los tres lustros que siguieron a aquella conferencia de París (concebida como “Raíces del Futuro”) fueron un ir y venir de avances espléndidos y atascamientos insoslayables. Cientos de miles de seres humanos han sucumbido desde entonces (aniquilados por el hambre, la metralla y la represión) como consecuencia del accionar desenfrenado a los diez mil psicópatas ya mencionados. Pero el impulso fertilizante de lo que Lucio enfoca como “procesos sociales inéditos de unidad en diversidad que podrían orientar a una sociedad civil mundial que busca, aún inconscientemente, sus propios valores espirituales” y Haleh como el ciclo que integra la primavera, el verano, el otoño y el invierno. A cada invierno le sucede una nueva primavera, con todo el potencial acumulado a través de todos los esfuerzos realizados y de toda la experiencia adquirida para dar inicio a un nuevo ciclo de vida.”
        Pero siempre late una percepción de la abundancia como objetivo. Sabemos que no siempre vivimos en el equilibrio bucólico de la sabiduría expansiva, sino en el desequilibrio caníbal y reduccionista de la irregularidad globalizada, de las demencias imperiales, de la uniformización de una ignorancia prepotente. El antiguo racionalismo creía que la razón progresa de un modo continuo y lineal. Pero en verdad lo hace mediante mutaciones y reorganizaciones profundas: la razón es una realidad evolutiva.
         Según sostiene Edgar Morin [3], hay siete saberes “fundamentales” que la educación del futuro deberá tratar en cualquier sociedad y en cualquier cultura sin excepción alguna ni rechazos, según los usos y las reglas propias de cada sociedad y de cada cultura. Además, el saber científico sobre el cual se apoyan las actuales propuestas transformadoras para situar (poner en foco) la condición humana no sólo es provisional –como bien señala Lucio – sino que destapa profundos misterios o complejidades concernientes al Universo, a la Vida, al nacimiento del Ser Humano planetario. Aquí se abre un campo indefinible en el cual intervienen las opciones filosóficas y las creencias espirituales a través de las tradiciones y las civilizaciones.
            Y sigue como mayor objetivo prioritario la superación del “arte de matar” que no cesa de lacerar cruelmente a nuestra especie como un todo. Un sabio del siglo XX, Arthur Koestler [4], sostuvo que “el homicidio perpetrado por razones egoístas constituye una rareza estadística en todas las culturas, incluida la nuestra. En cambio, el homicidio por razones altruistas, con riesgo de la propia vida, se destaca como el fenómeno predominante en la historia... Repitámoslo una vez más: la tragedia del hombre estriba no en un exceso de agresividad, sino en una sobreabundancia de devoción... El arma más mortífera de que dispone éste es el lenguaje. El ser humano se muestra tan accesible al hipnotismo de las consignas como al contagio de las enfermedades infecciosas... El individuo no es un asesino, pero el grupo sí lo es, y al identificarse con éste, el individuo deviene asesino a su vez. Tal es la dialéctica infernal que se trasluce de la historia humana de guerras, persecuciones y genocidios... Enfrentado a una tarea para la que no ha sido programado, un computador o bien queda reducido al silencio o se sale de sus casillas. Esto último es lo que parece haber ocurrido, con reiteración descorazonadora, en las culturas más variadas.” 
Si efectivamente, como afirma Ken Wilber [5], entre el 2 al 3 por ciento de la humanidad actual se encuentra experimentando un estado de conciencia integral, ello involucraría a cerca de doscientos millones de individuos, una especie de “nuevos hombres y mujeres” (o sea, un poco más de la población de un país como Brasil). Esta multitud se hallaría dispersa por nuestro planeta, en vías de expansión, a partir de metas preanunciadas por innumerables pensadores visionarios, multiplicándose progresivamente sin compulsión ni espectacularidad. Suelen ser considerados como supra-humanos, y también como Homo universalis. Reconocen a la espiritualidad como un aspecto importante y legítimo de la psique humana. Y saben que el subdesarrollo de los “desarrollados” es un subdesarrollo moral, psíquico e intelectual.
Hoy, el saber humano evolutivo, en pleno vértigo mutante, como expresión social de la conciencia planetaria, es como una sonda sideral disparada hacia el espacio infinito: sabe desde donde partió, pero no puede de modo alguno discernir su destino. Si es que existe. Eso es lo que deberemos descubrir nosotros o nuestros sucesores. Porque como expresa Haleh [6], “sencillamente somos los diversos frutos de un mismo árbol, llamado Planeta".


Buenos Aires. Julio de 2007



[1] McLean, Paul, The Triune Brain in Evolution: Role in Paleocerebral Functions (Kluwer, 1990).
[2] Sagan, Carl, Los dragones del Edén (Drakontos, 2006).
[3] Grinberg, Miguel, Edgar Morin y el pensamiento complejo (Campo de Ideas, 2002).
[4] Koestler, Arthur, Jano (Debate, 1981).
[5] Grinberg, Miguel, Ken Wilber y la psicología integral (Campo de Ideas, 2005).
[6] Capalbo, Lucio y Maniei, Haleh, La expresión social de la conciencia planetaria (Ciccus, 2007).


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